Andén interior

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lunes, 6 de septiembre de 2010

Tiempo

Tiempo.



Algunas veces cuando duermes,
no ves que a tus pies me desvelo,
con cada latido de tu corazón,
y en tu sofocada respiración de invierno.

Cuando me desborda el cansancio en esos días,
y me descubres agotada en demasía,
no creas que abandono por instantes,
mi puesto a tu lado niña mía.

En las épocas de paz y cielos transparentes,
y de prolongadas ausencias hospitalarias,
dices cuando me disgusto,
que soy injusta al ser tan dura,
por exigir de quien se esfuerza tanto.

Pero la persistencia en tus sueños,
y el no darte por vencida de luchar en esta vida,
hoy a pesar tuyo, reafirmo y te enseño.

Creciste junto a mis árboles y mis plantas,
el jardín de la casa siempre fué todo tuyo.
 
Descubriste sus veredas jugando en cada rincón,
trepaste en el árbol florido o en el árbol desgajado,
y construíste esos castillos infranqueables al paso,
con el lodo de todas las lluvias en Fortín.

Pisaste los charcos y las tierras anegadas a la vista,
mientras saltabas riendo, cuando ensuciabas todas tus ropas,
y corrías alegremente para inventar una más de tus travesuras.

Destejiste tus largos cabellos en el viento fuerte,
que rondaba el jardín agitando los ramajes,
y trajiste a las muñecas de tus juegos,
persiguiendo las fantasías de tus cuentos infantiles.

Y sin que pudiera evitarlo,
lloraste…cuando llegó tu tiempo.

Dices que me amas,
y eso me transforma la existencia,
arropas mi corazón con frases de dulzura,
y voces de eterno amor.

En otras tantas, sé que me aborreces,
y en esos instantes me partes el alma,
pero si te desvías (y te lo digo siempre),
sabes que lucharé y te regresaré a la vida.

Llegado el día cuando la luna desaparezca en el horizonte,
mientras el viento toca insistentemente mi puerta,
sérá el momento de nuestra despedida.

Sonreirás buscando el sol resplandeciente,
y seguirás tus sueños desbordantes,
tejiendo y soñando con tu vida independiente.

jueves, 2 de septiembre de 2010

En el vacío...



Desde un silencio que ninguna atmósfera logra quebrar, por tal lugar de materia y antimateria, en el que la luz y la oscuridad se confunden y los planos no admiten matices, pasando por los muchos mundos en extinción o en conformación, y donde los gases que anticipan la creación, generan vidas rudimentarias en evolución a cada instante.

Adentrándonos en las nuevas combinaciones de oxígeno e hidrógeno, estamos arribando ahora a las zonas nubosas más remotas, ya sea que las nubes sean estiradas, sean tenues, sean espesas o aborregadas, pero todas absolutamente todas, son contenedoras simultáneas de las aguas pacíficas y también de los rayos pulverizadores del sol quemante que las preside.

Dispensadoras todas ellas de la fertilidad en la tierra y también de la destrucción de la vida, porque en exceso causan la muerte, todo tiene que ser en su justo equilibrio, esa es la existencia.

Descendiendo todavía más vertiginosamente, llegamos hasta un grupo de edificios que rodean el panorama citadino, primero están las edificaciones de acero y aluminio con grandes cúpulas y enormes ventanales de cristal opaco, con luces brillantes de día y noche, esas construcciones que nos recuerdan el estatus de quienes los habitan y la última tecnología en boga.

Luego continuamos descendiendo y pasamos por las terrazas que rodean a estas enormes edificaciones, construcciones más pequeñas y modestas, sin tantos lujos, y donde cuelgan en cordones exteriores muchas vestimentas multicolores, y donde se broncean las pieles desnudas o a medias de algunos hombres y de algunas mujeres, que ataviados con lentes para el sol, tumbados en poltronas y huntados con sus bronceadores líquidos, nos anuncian que el verano ha llegado.

Atravesando después los techos, todos y cada uno de ellos, bajando de piso en piso, de habitación en habitación, encontramos a éste comiendo y mirando la televisión, hallamos a aquella rompiendo una hoja llena de garabatos, descubrimos a aquél otro dormitando en su sillón favorito, y a aquella otra bebiendo agua sin parar, ¡es que el calor es sofocante!.

Por último, arribando a la habitación que nos ocupa, tenemos en un primer plano la visión de un ropero, y junto a él una cama con las sábanas blancas completamente desordenadas, luego una mesa de madera oscura y muy pequeña, muy gastada por el uso, encima muchos papeles desordenados puntillosamente y completando la decoración, una pequeña lámpara de luz encendida en pleno día.

Un pedazo de papel blanco y arrugado yace tirado en el piso, acercándonos y observándolo cuidadosamente, se percibe que está redactado con letras muy apresuradas. El tiempo se agotaba en la desesperación, en la angustia, y los trazos parecen desbordarse pidiendo ser escuchados de una vez y para siempre.

Con algo de esfuerzo puede leerse en el papel las palabras soledad, temor, dolor, renuncia. Luego también en el piso, una colcha que envuelve un cuerpo. Si continuamos esta visión, el cuerpo se encuentra extendido y laxo y teñido de su propia sangre y luego un revólver…el revólver está acallado en la mano.

La quietud, la negritud es el panorama de la habitación. Todo queda más allá de las ingratitudes, de las esperanzas y de todas las posibilidades de infelicidad, y hasta aquí el silencio es.

Que ninguna de las atmósferas del ruido externo logra quebrarlo ya.

Inexorable


Inexorable,
 
el beso clandestino,
de tus labios me condena,
dueños de una sonrisa amorosa y resplandeciente.

Eres la frase impronunciable,
la palabra no dicha y jamás pensada,
eres cada ligadura de las vocales y las consonantes,
de tu nombre.
 
Aguardo las noches vertidas en lunas llenas,
que se tocan con los dedos de una mano,
imaginando que miramos el mismo cielo en la misma hora,
buenos días para ti amor, hasta que volvamos a encontrarnos,
así no te extraño...

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Lo que no importa.

La cámara de video exhibe su diminuto ojo rojo, cables embrollados y un zumbido electrónico hacen evidente su presencia. Montada sobre un tripié formando un triángulo la veo al fondo del cuarto.
-¿Te gusta posar desnuda verdad zorra? 


Oí la pregunta del hombre del pantalón descolorido, que se incorpora del sofá donde había permanecido fumando incesante todo este tiempo. Escuché su pregunta como a lo lejos. El hombre vuelve a decirme - con su voz fría y metálica - "Te haré gritar hasta morir, y lo disfrutaremos" además de otras cosas que ya no importan en este instante.

Lo que es significativo, es el recuerdo de mi madre recibiéndome en casa por las tardes, al regreso de la maquiladora. Recordarla sonriente, es un gran placer para mí. Lo que ahora cuenta - y esta vez lo repito con los ojos cerrados, pues no quiero ver el rostro amenazante del hombre del pantalón desteñido - son todos mis dulces recuerdos. 

Miro y vuelvo a evadirme en mis pensamientos. El hombre está todavía encima mío y sus asquerosas manos manchan mi cuerpo; rodea mi cuello aprisionándolo con su cuerda de plástico amarillo, mientras me grita obscenidades. No lloro.

Dicen que toda la vida desfila en el último momento y ahora lo compruebo.  Estoy en uno de esos domingos tuyos y míos, tomados de la mano caminando hacia ninguna parte, cuando se pone dorada la tarde.

Es una memoria diáfana, con los ojos bien cerrados. Me imagino reflejada en tus ojos, en tus hermosos ojos color miel.

El hombre me mantiene amarrada, amordazada y mis gritos se van apagando, la soga se entierra a mi cuello, sigue grabando con su cámara del fondo del cuarto. No va a cesar hasta que esto termine. Ríe a carcajadas, grita en éxtasis, disfruta de mi dolor.
Al fin hay calma.

Hoy 
mis ojos fijos y sin luz ya no se miran en los tuyos,
mi cuerpo (tirado en cualquier lugar)
una más dirán
aquí no pasa nada.

Doña Ernestina




Días de muertos 1 y 2 de noviembre, una tradición milenaria, altares por doquier, un festejo a la continuidad de la vida en el más allá...

Doña Ernestina.
Si de algo me acuerdo y le agradezco a la vida, es la influencia que esta señora tuvo en mi pasado.

Conocedora de la vida misma, con esa experiencia que dan las vivencias fuertes, y los años de lecciones perdurables, es que el destino llevó a Ernestina a trabajar a mi casa. Durante mucho tiempo fué mi maestra y su sabiduría me impregnó como persona.

Yo no tenía la menor idea, de lo que aquella mujer menudita, de largos cabellos negros y cintura breve, con una amplia sonrisa a la menor provocación, y con unos ojos tan pequeñitos difíciles de estar quietos, llevaba dentro de sí, y todas las vivencias que compartiríamos en esos años estupendos.

De rápido caminar, incansable a pesar de su edad y fuertes cantos a todas horas (la casa silenciosa se llenaba con su voz, ¡conocía todas las canciones de amor y desamor!), es que yo solía decirle, que era como tener un ruiseñor en la casa, cuando la escuchaba en las mañanas "entonando" como ella decía.

Mi inexperiencia chocaba con el muro de su serenidad y de su infinita sabiduría. Con ella los algodones de mis crianzas familiares se quedaron atrás, y quedé expuesta a sus enseñanzas de vida y maduré a través de sus dichos, de sus frases, de sus observaciones, de sus comentarios y entendí situaciones que eran tan evidentes en mi vida, y que sólo escapaban de mi vista y de mi mente por mi inmadurez.

Hay un hecho que recuerdo bien y que llega a mi memoria, muy a propósito de estas fechas: El día de muertos.

A fines de un octubre de hace algunos años, Ernestina me dijo que posiblemente dejaría de celebrar a los muertos (sus muertos), como lo había hecho a lo largo de toda su vida, desde que tenía memoria, colocando todos los 30 de octubre la ofrenda de los difuntos.

Se había hartado del trabajo de poner un altar lleno de alimentos para los muertos, con guisos complicados y al gusto de todos ellos.  Estaba cansada de adornarlo con docenas de flores de cempasúchitl, que puestas en floreros y deshojadas en todos los niveles del altar, en ese color naranja brillante que se percibía a distancia, engalanaba la vista de la ofrenda.

Estaba aburrida de picar (recortar), el papel china multicolor, con las figuras que se acostumbran: las calaveras, los nombres de los difuntos y luego distribuirlas como olanes multicolores por todo el altar.  Además, no tenía dinero para comprar las calaveras de azúcar con los nombres de sus muertos, ni las velas, ni los inciensos y las veladoras que se ponen a cada corta distancia en cada nivel del altar.


Estaba también agotada, para enmarcar las fotos de sus difuntos y de buscar los objetos personales que más disfrutaban y de comprar las bebidas que acostumbraban tomar en vida: el café, el té, el vino, la cerveza.  ¿Para que hacerlo si ellos nunca regresarían, ni verían su esfuerzo por atenderlos?

Algunos días después de esta confesión (entre dolorosa y llena de dudas), llegó Ernestina a trabajar a mi casa. Esa mañana la recuerdo muy silenciosa y con una cara bastante preocupada. Al ir bajando las escaleras de casa, para dirigirme al trabajo, recuerdo haberle dicho:
- ¿Y los cantos?. ¡Es que pensé que no había llegado todavía!.
- ¡Que va señora!...es que "horitita" no cavilo entender. Y eso desde ayer, cuando mis sobrinos fueron a la casa.

(Cuando una conversación tomaba este rumbo: "Es que 'horitita' no cavilo entender"...era indicativo de sentarme a conversar con ella). Ese día miré mi reloj, y podía tomarme unos minutos para escucharla.
- ¡A ver Ernestina cuénteme que le pasa!

Me senté en los escalones de mi casa, y ella hizo lo propio también, se sentó a mi lado, y se inicio un relato parecido a este...
- Ayer mis sobrinos, esos que tienen 5 años y son gemelitos ¿Se acuerda?
- ¡Ah! si claro que me acuerdo, los hijos de Juana ¿Les pasó algo?
- Pues es que llegaron con su mamá a esperarme a mi casa, y en eso estaban, cuando llegó un señor grande de edad, con cabellos blancos y un sombrerito.

Vestido con una camisa de manga larga en color blanco y un pantalón negro. Con zapatos negros. La voz muy pausada y suave...y les preguntó por mí.
- ¿Y le dijeron a su mamá que había alguien en la puerta?.(Pregunté)
- Pues no, es que su mamá estaba en el patio arreglando mis plantas, y ellos pensaron que era yo que llegaba y sin más abrieron la puerta.
- ¡Vaya!, que peligro que hayan abierto a un desconocido.
- ¡No que va!, es algo más, figúrese que ese señor les dejó éste recado para mí: "Estoy muy triste porque este año no te acordarás de mí"
- ¿Y eso Ernestina? ¿Pues quién era? (Yo estaba muy intrigada).
- Cuando llegué y los chamacos me lo dijeron, Juana se sorprendió también y los regañó por no decirle antes a ella, y además por abrirle a un desconocido.

Luego ya que se calmó su mamá, les pregunté por el nombre de la persona y como no le preguntaron, es que los dos lo describieron muy detalladamente, así como le cuento.  Y entonces que corro a mi cuarto, y que busco la caja esa que usted le dice "la de los tesoros"  ¿Se acuerda de la caja de cartón de mi ropero?
- Jajaja ¡sí claro que sí Ernestina!, su caja de fotos familiares.
- Es que ya ve que no me gusta mostrarlas, son sólo para mí, y los niños nunca las habían visto, máxime cuando apenas llegaron a vivir aquí. Y Juana no tiene ninguna foto tampoco. ¡Y entonces que saco algunas fotos y que se las enseño!
- ¿Por qué las fotos? ¿Qué sucedió Ernestina?
- Pues es que la vestimenta que me describieron, era la misma que llevaba mi padre cuando falleció hace muchos años, y allí me entró la duda...y por eso saqué las fotos.
- ¡Ah!, ¿Y los niños que dijeron de las fotos? ¿Las vieron?
- Pues sí, ¡claro que las vieron!, y que lo señalan a él lueguito con sus dedos, los dos al mismo tiempo.

Era una de las últimas fotos de mi padre, donde estaba fotografiado con un grupo de gente y que me dicen:
- ¡Mira tía, éste es el señor el que vino hoy!

Y Juana y yo (em)palidecimos...y nos quedamos sin habla...y ya no les dijimos nada a los niños, ellos siguieron jugando en el patio.  Mi sobrina y yo nos miramos incrédulas y no dijimos nada.  Pero la duda me quedó... y casi al final, cuando ya se iban le dije:
- ¡Ay Juana!, creo que mi padre si quiere su altar de muertos este año, por eso vino, porque yo no quería ponerlo más...se lo dije a mi patrona hace algunos días.

(El relato me dejó sorprendida)
Días después, el altar para los muertos estuvo puesto en su casa, fui con mis hijas a verlo, y ella nada más abrir la puerta a nuestra llegada nos dijo:
-La vida es eterna, ni duda me cabe señora y hoy les he cantado a mis muertitos sus canciones favoritas, las velas que iba encendiendo se movían como si corriera el viento entre ellas, y estaba todo cerrado. Así que seguramente ellos me seguían entonando.