Andén interior

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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Doña Ernestina




Días de muertos 1 y 2 de noviembre, una tradición milenaria, altares por doquier, un festejo a la continuidad de la vida en el más allá...

Doña Ernestina.
Si de algo me acuerdo y le agradezco a la vida, es la influencia que esta señora tuvo en mi pasado.

Conocedora de la vida misma, con esa experiencia que dan las vivencias fuertes, y los años de lecciones perdurables, es que el destino llevó a Ernestina a trabajar a mi casa. Durante mucho tiempo fué mi maestra y su sabiduría me impregnó como persona.

Yo no tenía la menor idea, de lo que aquella mujer menudita, de largos cabellos negros y cintura breve, con una amplia sonrisa a la menor provocación, y con unos ojos tan pequeñitos difíciles de estar quietos, llevaba dentro de sí, y todas las vivencias que compartiríamos en esos años estupendos.

De rápido caminar, incansable a pesar de su edad y fuertes cantos a todas horas (la casa silenciosa se llenaba con su voz, ¡conocía todas las canciones de amor y desamor!), es que yo solía decirle, que era como tener un ruiseñor en la casa, cuando la escuchaba en las mañanas "entonando" como ella decía.

Mi inexperiencia chocaba con el muro de su serenidad y de su infinita sabiduría. Con ella los algodones de mis crianzas familiares se quedaron atrás, y quedé expuesta a sus enseñanzas de vida y maduré a través de sus dichos, de sus frases, de sus observaciones, de sus comentarios y entendí situaciones que eran tan evidentes en mi vida, y que sólo escapaban de mi vista y de mi mente por mi inmadurez.

Hay un hecho que recuerdo bien y que llega a mi memoria, muy a propósito de estas fechas: El día de muertos.

A fines de un octubre de hace algunos años, Ernestina me dijo que posiblemente dejaría de celebrar a los muertos (sus muertos), como lo había hecho a lo largo de toda su vida, desde que tenía memoria, colocando todos los 30 de octubre la ofrenda de los difuntos.

Se había hartado del trabajo de poner un altar lleno de alimentos para los muertos, con guisos complicados y al gusto de todos ellos.  Estaba cansada de adornarlo con docenas de flores de cempasúchitl, que puestas en floreros y deshojadas en todos los niveles del altar, en ese color naranja brillante que se percibía a distancia, engalanaba la vista de la ofrenda.

Estaba aburrida de picar (recortar), el papel china multicolor, con las figuras que se acostumbran: las calaveras, los nombres de los difuntos y luego distribuirlas como olanes multicolores por todo el altar.  Además, no tenía dinero para comprar las calaveras de azúcar con los nombres de sus muertos, ni las velas, ni los inciensos y las veladoras que se ponen a cada corta distancia en cada nivel del altar.


Estaba también agotada, para enmarcar las fotos de sus difuntos y de buscar los objetos personales que más disfrutaban y de comprar las bebidas que acostumbraban tomar en vida: el café, el té, el vino, la cerveza.  ¿Para que hacerlo si ellos nunca regresarían, ni verían su esfuerzo por atenderlos?

Algunos días después de esta confesión (entre dolorosa y llena de dudas), llegó Ernestina a trabajar a mi casa. Esa mañana la recuerdo muy silenciosa y con una cara bastante preocupada. Al ir bajando las escaleras de casa, para dirigirme al trabajo, recuerdo haberle dicho:
- ¿Y los cantos?. ¡Es que pensé que no había llegado todavía!.
- ¡Que va señora!...es que "horitita" no cavilo entender. Y eso desde ayer, cuando mis sobrinos fueron a la casa.

(Cuando una conversación tomaba este rumbo: "Es que 'horitita' no cavilo entender"...era indicativo de sentarme a conversar con ella). Ese día miré mi reloj, y podía tomarme unos minutos para escucharla.
- ¡A ver Ernestina cuénteme que le pasa!

Me senté en los escalones de mi casa, y ella hizo lo propio también, se sentó a mi lado, y se inicio un relato parecido a este...
- Ayer mis sobrinos, esos que tienen 5 años y son gemelitos ¿Se acuerda?
- ¡Ah! si claro que me acuerdo, los hijos de Juana ¿Les pasó algo?
- Pues es que llegaron con su mamá a esperarme a mi casa, y en eso estaban, cuando llegó un señor grande de edad, con cabellos blancos y un sombrerito.

Vestido con una camisa de manga larga en color blanco y un pantalón negro. Con zapatos negros. La voz muy pausada y suave...y les preguntó por mí.
- ¿Y le dijeron a su mamá que había alguien en la puerta?.(Pregunté)
- Pues no, es que su mamá estaba en el patio arreglando mis plantas, y ellos pensaron que era yo que llegaba y sin más abrieron la puerta.
- ¡Vaya!, que peligro que hayan abierto a un desconocido.
- ¡No que va!, es algo más, figúrese que ese señor les dejó éste recado para mí: "Estoy muy triste porque este año no te acordarás de mí"
- ¿Y eso Ernestina? ¿Pues quién era? (Yo estaba muy intrigada).
- Cuando llegué y los chamacos me lo dijeron, Juana se sorprendió también y los regañó por no decirle antes a ella, y además por abrirle a un desconocido.

Luego ya que se calmó su mamá, les pregunté por el nombre de la persona y como no le preguntaron, es que los dos lo describieron muy detalladamente, así como le cuento.  Y entonces que corro a mi cuarto, y que busco la caja esa que usted le dice "la de los tesoros"  ¿Se acuerda de la caja de cartón de mi ropero?
- Jajaja ¡sí claro que sí Ernestina!, su caja de fotos familiares.
- Es que ya ve que no me gusta mostrarlas, son sólo para mí, y los niños nunca las habían visto, máxime cuando apenas llegaron a vivir aquí. Y Juana no tiene ninguna foto tampoco. ¡Y entonces que saco algunas fotos y que se las enseño!
- ¿Por qué las fotos? ¿Qué sucedió Ernestina?
- Pues es que la vestimenta que me describieron, era la misma que llevaba mi padre cuando falleció hace muchos años, y allí me entró la duda...y por eso saqué las fotos.
- ¡Ah!, ¿Y los niños que dijeron de las fotos? ¿Las vieron?
- Pues sí, ¡claro que las vieron!, y que lo señalan a él lueguito con sus dedos, los dos al mismo tiempo.

Era una de las últimas fotos de mi padre, donde estaba fotografiado con un grupo de gente y que me dicen:
- ¡Mira tía, éste es el señor el que vino hoy!

Y Juana y yo (em)palidecimos...y nos quedamos sin habla...y ya no les dijimos nada a los niños, ellos siguieron jugando en el patio.  Mi sobrina y yo nos miramos incrédulas y no dijimos nada.  Pero la duda me quedó... y casi al final, cuando ya se iban le dije:
- ¡Ay Juana!, creo que mi padre si quiere su altar de muertos este año, por eso vino, porque yo no quería ponerlo más...se lo dije a mi patrona hace algunos días.

(El relato me dejó sorprendida)
Días después, el altar para los muertos estuvo puesto en su casa, fui con mis hijas a verlo, y ella nada más abrir la puerta a nuestra llegada nos dijo:
-La vida es eterna, ni duda me cabe señora y hoy les he cantado a mis muertitos sus canciones favoritas, las velas que iba encendiendo se movían como si corriera el viento entre ellas, y estaba todo cerrado. Así que seguramente ellos me seguían entonando.

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