Andén interior

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jueves, 19 de agosto de 2010

365 grados



365 Grados
Acostada dolorosamente en el pasto,
semidesnuda,
estoy mucho más que agotada y delirante,
la cabeza me da vueltas con lo que pienso en este momento: 
¡Anoche… fui tan feliz!

Después de colgar el teléfono permanecí contemplando los trazos de luz de la luna, a través de los árboles del jardín y de las persianas en mi recámara.  Mi cama abrasante lucía perfecta pensando en ti, y cada arruga de las sábanas de satín se acomodó a mi desnudo cuerpo, y me arropó hasta los primeros trinos de las aves posadas en la ventana, la señal que esperaba.

Esta mañana antes de salir a buscarte, desperté preguntándome entre mil sonrisas del alma, si valía la pena continuar con esta afirmación tan plena:
¡Anoche fui tan feliz!

Una piedra de toque brilla en mi mente: ¡Al fin lo sé!
Y carezco de la fuerza necesaria para negarlo.
(héme aquí en una absurda situación a mitad de un campo)

Rodeada de los helechos verdes y de las flores multicolores, impera en mí la sola presencia de un lugar demasiado amado, el bosque como antídoto ácido o alcalino de lo que sea que me vaya a suceder:
¡Fui feliz!

La dureza de la tierra comienza a hacer mella en mi agotado cuerpo, el sol abrazante quema con sus millones de rayos mi cara vuelta a él, cual verdugo confesor.

Una circunstancia absurda lo provocó todo.
Mi ensoñación por tí,
una distracción,
el tren con su ensordecedor zumbido,
el carro siendo arrastrado,
el ruido seco y retumbante de los metales,
los chirridos de unos frenos... 
mis manos aferradas a un volante inexistente,
el pasto en lo que queda de mi:
¡Fui

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