Andén interior

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domingo, 29 de agosto de 2010

Un reflejo del pasado.

Un reflejo del pasado

La madre de mi abuela llegó a México proveniente de Italia, con cientos de refugiados más durante la Primera Guerra Mundial.

Era una bella chica de 15 años muy extrovertida, que en la travesía en barco hizo amistad con una joven casada con un médico militar (él seguía en Italia), y que viajaba con dos niños pequeños. Llegados a tierra mexicana y en lo que decidía que hacer con su vida, esta señora le ofreció el trabajo de cuidar a sus pequeños hijos, que habían congeniado muy bien con ella. Aceptado el trabajo, se dirigieron a una residencia en la capital de México.


Al poco tiempo, llegaron otras personas a trabajar ahí, entre ellas una cocinera con quién solía platicar mucho la madre de mi abuela, y quién le enseñó el idioma español.

Un buen día, llegó una carta anunciando la llegada del esposo de la señora, debido a que ciertas gestiones diplomáticas lo traían a México.  A media mañana del día anunciado, se escuchó golpear insistentemente la puerta de la casa.  El señor vestido con su uniforme militar, por fin había llegado.

Su mujer salió a recibirlo feliz, y luego extrañada le preguntó ¿si no traía equipaje?, a lo cuál el marido contestó que había ciertos cambios y sólo estaría por unas horas en casa. La esposa triste por la noticia, llamó a los niños (que estaban en el segundo piso de la casa), para que bajaran a saludar a su padre. La madre de mi abuela (su nana), bajó con ellos para seguirlos cuidando.

En algún momento, se sirvió la comida en el comedor. Por lo que los pequeños corrieron a sus sillas, seguidos por la nana y sus padres. Sentados a la mesa, la señora le insistía a su marido en que comiera, pero él se limitó a acompañarlos, sin probar bocado alguno.

Terminada la comida, todos salieron a caminar por el enorme jardín de la casa. En cierto momento, él militar se detuvo en seco y les anunció que era la hora de despedirse.  A su mujer se le rodaban las lágrimas, los niños abrazaron a su padre y salieron a despedirlo.

El hombre caminó calle arriba, volteando de vez en cuando para enviarles besos y decirles adiós agitando su mano muy sonriente, en lo que doblaba en la esquina para dirigirse al carro que lo aguardaba.

Aproximadamente media hora después, los niños, la madre y mi bisabuela (la nana) tuvieron un agotamiento extremo e inusitado, además de naúseas y dolor de cabeza. Llamado el médico familiar, les dijo que posiblemente se habían intoxicado con la comida.

Por la mañana del siguiente día, llegó un telegrama urgente para notificar a la mujer sobre la muerte en Italia de su marido...en el mismo momento en que éste llegaba a su casa en México.  La muerte le sorprendió durante una explosión en el hospital, donde atendía a sus pacientes.

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